Los insectos, así como las plantas y varias especies de animales, se comunican con el mundo y entre sí a través de la biocomunicación. Ocurre con mayor frecuencia a través del olfato, la vista, el tacto o el oído. Gracias a la biocomunicación, los insectos son capaces de localizar las plantas hospedantes, elegir lugares para poner sus huevos, identificar a sus presas y reconocer a sus parejas sexuales.
El uso inteligente de la biocomunicación permite el control conductual de los insectos, posibilitando evitar que se conviertan en plagas para los cultivos agrícolas. Por ser sustancias que ya están en la naturaleza, son seguras y de bajo impacto. Pueden ser utilizados para un fin exclusivo, actuando sobre una especie sin perjudicar a las demás. Los biocomunicadores también tienen la ventaja de desencadenar una reacción inmediata e intensa. Pequeñas cantidades son suficientes para controlar grandes poblaciones en un campo.
CÓMO TRABAJAN ELLOS
Las antenas de insectos llevan estructuras sensoriales llamadas sensilla. Son los que captan los olores presentes en el ambiente. Los sensilla de cada especie reaccionan solo a los olores importantes para la vida de esa especie, ignorando a los demás. Como ejemplo, tenemos las feromonas que utilizan las polillas hembra para indicar a los machos que están disponibles para la cópula.
Esta biocomunicación es fundamental para la supervivencia de insectos y plantas, y gracias a los conocimientos científicos ya adquiridos es posible utilizarla para controlar las poblaciones de insectos y proteger los cultivos.